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 | Por Doug Culp

Conversar con Dios

El Padre Nuestro

Una de las tres grandes expresiones de oración que nos ofrece nuestra Tradición católica es la oración vocal. Esta, según el Catecismo de la Iglesia Católica, es la necesidad de traducir la oración interior de nuestros corazones a una expresión externa (2700-2704). El ejemplo más singular y perfecto de oración vocal es el Padre Nuestro.

 

Una oración única

La singularidad de esta oración proviene de su fuente: Jesucristo. Cristo, precisamente por ser Dios, está en perfecta comunión con el Padre y el Espíritu Santo. En consecuencia, él es el Camino hacia, la Verdad de y la Vida que es esta comunión trinitaria.

Jesús conservó esta comunión a lo largo de su misión terrenal, vaciándose de sí mismo en obediencia a la voluntad del Padre, para que todos se salvaran (fueran sanados, reconciliados). Además, él sólo enseñaba lo que oía al Padre (Jn 8, 28). De este modo, Jesús reveló la mente, el amor, corazón y pensamiento de Dios.

Por eso el Padre Nuestro es considerado la oración perfecta. Jesús nos la enseñó palabra por palabra, y él sólo enseñó lo que oyó del Padre. Así pues, el Padre Nuestro nos revela la mente, el amor, corazón y pensamiento de Dios cuando se trata de cómo y por qué debemos rezar. Además, cuando rezamos fielmente el Padre Nuestro, podemos estar seguros de que también nosotros estamos en un estado de íntima comunión con Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Dos disposiciones fundamentales

El Catecismo (2759-2772) nos enseña que, si bien se nos ha concedido el don de nuestra adopción como hijos de Dios Padre mediante nuestro bautismo en el Cuerpo de Cristo, hay algo que se nos exige como respuesta: nuestra continua conversión y vivencia de esta nueva vida. La oración al Padre nos ayuda en estas exigencias desarrollando en nosotros dos disposiciones fundamentales.

En primer lugar, la oración al Padre aumenta nuestro deseo de parecernos al Padre. En efecto, hemos sido creados a su imagen, pero somos devueltos a su semejanza por la gracia, y la oración es un modo de responder a esta gracia. Al invocar a Dios como Padre, se nos recuerda siempre que debemos comportarnos como hijos suyos. En segundo lugar, la oración al Padre desarrolla en nosotros “un corazón humilde y confiado que hace volver a ser como niños; porque es a ‘los pequeños’ a los que el Padre se revela” (2784-85).

Las peticiones

El Padre Nuestro incluye siete peticiones. Las tres primeras se refieren a la gloria del Padre por sí mismo. Pedimos que su nombre sea santificado para que podamos entrar en el plan de Dios, un plan que exige que su nombre sea santificado en cada nación y persona. Pedimos que venga su reino mientras esperamos el regreso de Cristo y el crecimiento del reino en nuestras propias vidas. Finalmente, pedimos la ayuda del Padre con el fin de unir nuestra voluntad “a la de su Hijo para cumplir su voluntad, su designio de salvación para la vida del mundo” (2825). Las cuatro últimas peticiones presentan al Padre nuestras necesidades: “Conciernen a nuestra vida para alimentarla o para curarla del pecado y se refieren a nuestro combate por la victoria del Bien sobre el Mal” (2857).


 

El obispo Robert Barron sobre “La oración que nos endereza”

"El deseo de rezar está plantado en lo más profundo de nosotros. Sólo significa el deseo de hablar con Dios y de escucharle. Recuerden que la oración no está pensada para hacer cambiar de opinión a Dios o para decirle algo que él no sabe... [Dios] no quiere otra cosa que darnos cosas buenas, aunque no siempre sean lo que nosotros deseamos.

¿Pueden ver cómo esta oración nos ordena correctamente? Debemos poner el santo nombre de Dios en primer lugar; debemos esforzarnos por hacer su voluntad en todas las cosas y en todo momento; debemos fortalecernos con el alimento espiritual, o caeremos; debemos ser agentes de perdón; debemos ser capaces de resistir a los poderes oscuros”.

(Fuente: The Word on Fire Bible: The Gospels)


Padre nuestro que estás en el cielo,

Santificado sea tu Nombre;

Venga a nosotros tu Reino;

Hágase tu voluntad

En la tierra como en el cielo.

Danos hoy

nuestro pan de cada día;

Perdona nuestras ofensas,

Como también nosotros perdonamos

A los que nos ofenden;

No nos dejes caer en la tentación,

Y líbranos del mal.

Amén.


Doug Culp es el canciller de la Diócesis Católica de Lexington.

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